En mi estantería tengo
más de 20 libros que hablan de Mayo del 68. Como mis padres no fueron a París
ese año, y mi tío me explicó que él lo pasó en Madrid y fue un
aburrimiento, me tuve que poner a leer bastante para intentar comprender qué
pretendía esa gente revolucionaria de París que más tarde, fíjense qué cosas, acabaron
siendo eurodiputados o Ministros de Medio Ambiente de la socialdemocracia
alemana. Ahora se cumplen
cinco años del 15M, y me lo van a volver a tener que explicar a través de libros,
porque sigo sin entender qué camino hemos tomado desde entonces.
Una cosa sí que está
clara sobre el 15M: nadie sabe cómo empezó todo. Los momentos de ruptura son
así. Seguro que han oído relatos de quién fue el primero que plantó su tienda
en Plaça Catalunya, Sol o cualquier otro lugar. Pero es que allí no empezó
nada. Allí sólo desembocó. Todo empezó antes, no se sabe cuándo. Nadie sabe
cómo. Pero el 15M permitió que se rompiera el tabú de que vivíamos en el mejor
de los mundos posibles.
Los siete días que ¿estremecieron? al mundo
Lo que comenzó siendo una
crisis económica, hacia 2011 ya era una crisis de legitimidad del sistema.
Había adquirido tal envergadura debido al goteo de diferentes sucesos. Desde la
alta traición ciudadana del PSOE de Zapatero, hasta la paralización social de
los sindicatos oficiales, incapaces de presentar batalla incluso con la huelga
general de Septiembre de 2010.
Amplios sectores de la
población comenzaron a sentirse desligados de este sistema al que se le llamaba
modélico y democrático, el de la Transición. Pero toda revuelta, por pequeña
que sea, necesita de un estamento social que la catalice. El 15M no habría
ocurrido sin la movilización de una juventud triplemente atropellada, en la
Universidad con el Plan Bolonia, en la emancipación familiar con el acceso a la
vivienda y en el desarrollo personal con la precarización laboral.
Al estamento de la
juventud sólo le faltaba politizarse, y lo hizo. Fue el final de la época
dorada, en donde la sociedad podía alternar entre buenos gestores –los
conservadores- o reconocer nuevos derechos –la socialdemocracia- dentro de los
márgenes de la democracia liberal. Y alrededor de esta idea del fin del mundo,
fueron reconociéndose unos acampados en otros, asumiendo que no estaban solos. Eran
los indignados. Aquellos quienes pensaban que se debía esperar algo más de un
sistema que decía querer proteger la vida, pero que en realidad la hipotecaba
al rescate de los mercados.
Los políticos del
establishment se encontraron a contrapié. Con un ciclo electoral largo a punto
de comenzar, sin saber cómo un 80% de la población daba apoyo a esas tiendas de
campaña y, lo que es más importante, sin saber cómo podían surfear la ola.
Parecía inabarcable, parecía hecha para llevárselos por encima, y ni los ahora
más fervientes defensores del cambio (sic)
tuvieron capacidad de reacción. Los muros del sistema parecían resquebrajarse.
Pero una semana después
del 15M el país entero terminó gobernado por la derecha, y cinco años más tarde
la batalla reside entre el viejo sistema inmovilista y un cambio cosmético que
ha variado los discursos, pero no las formas. Consecuencia de la misma dinámica
del movimiento, capaz de convertir el debate en una ideología y en un fin en sí
mismo. La politización como espectáculo político.
Consumismo político
Impregnaba el ambiente la
oportunidad de hacer Historia, pero en gran medida una historia accesoria,
enamorada de la protesta en sí misma. Cada generación tiene su momento, y éste
se parecía al nuestro. Ya nunca más nos explicarían qué fue Mayo del 68 porque
ya tenemos nuestro Mayo. Los mismos lenguajes políticos, paradójicamente,
fueron rescatados de las calles de un París que en 2011 dormía. Y la creación
de nuevos lenguajes, encarnados en las redes sociales, permitió encontrarse unos
con otros, pero no la elaboración de un discurso programático.
La tecnofilia impregnó
todo el 15M. La revolución tecnológica nos ayudaba en la ilusión de pensar que
estábamos generando comunidades. La rebelión aderezada por un sentimiento de
pertenencia a un corpus aún más grande que aquellos que estaban allí reunidos.
Fue la revuelta unida a la tecnología, a la red social y al “todos somos
pueblo”. Incluso Telefónica se hizo pueblo y se apuntó
a hacer asambleas. Cuánta
razón, Cesar Rendueles.
El 15M fueron los
disturbios de Londres y París, pero a “la española”, o “la catalana”, como
prefieran. Protestas más enfocadas al cómo
que al qué. Protestas como producto de consumo. Donde no
se rompe un plato y apenas hay conflicto.
La rebelión de las clases medias
Foto de Juan Aguilar |
Porque el 15M fueron las
movilizaciones más grandes en pos de ninguna idea. Porque tenerlas todas es no
tener ninguna. Se ha hablado de las dos almas del movimiento: la reformista y
la rupturista. Pero lo cierto es que se defendía tanto la unidad, había tanto
miedo a decantarse hacia alguna de ellas y a perder el momento, que todos los esfuerzos por demostrar la ausencia de
líderes y de pretensiones políticas concretas entre sus participantes
terminaron por abrazar absolutamente las sospechas de sus adversarios con la
intención de demostrar que no pretendían nada.
El 15M se convirtió en
sistema puro. La única revolución propuesta era ética, y en su camino terminaba
por ofrecer la misma rehabilitación ética del sistema, la búsqueda del político
o del empresario sistémico que fuera capaz de trabajar sinceramente por el bien
común y no por el beneficio propio. Pero siempre dentro del sistema, aquel que había disimulado durante 50 años y
que sólo con la hecatombe de 2007 había enseñado su verdadero rostro.
Entre las tiendas de las
plazas, diversas ideas campaban a sus anchas. La unidad como fin en sí mismo. Y
para mantenerla, la revuelta quincemayista
se declaró apolítica: ni de izquierdas ni de derechas. La falta de propuestas
concretas la convertía en un proyecto reformista que, a todas luces, parecía
insuficiente. Su leitmotiv era la
profundización democrática, recuperar la política y otras ideas tan centrales
como generales, compartidas por todos o casi todos los allí reunidos. Pero
jamás el cuestionamiento mismo de ese orden en donde se exigían reformas.
Reconocimiento efectivo de derechos básicos, pero siempre dentro de los
márgenes que nos marca la ley. La mejor revolución posible era la vuelta al
Estado de Bienestar.
El 15M no se cuestionó
por qué el Estado de Bienestar ya no estaba entre nosotros. Había sido
traicionado, y debía ser recuperado. Jamás se planteó la duda de si su muerte
se debió a su composición misma. Y no se dudó porque el movimiento involucraba
a una gran parte de personas empobrecidas, pero no a quienes viven la pobreza.
Permitió la politización de la sociedad, pero también la conversión de la
política en un espectáculo mediático en sí mismo, en un producto de consumo. El
15M somos todos -80% de apoyo- porque todos somos clase media.
Emancipaciones, vacíos y representatividad
Hoy, que se cumplen cinco
años del 15M, corremos el riesgo narcisista de proyectar en el 15M todo aquello
que nos hubiera gustado que fuera. Recordarlo como la posibilidad del hecho
emancipatorio de la sociedad que en realidad no fue.
El 15M formó parte del
sistema, y ese sistema lo masticó y lo digirió hasta dejarlo sin sentido, vacío
de lo que podría haber sido. Y le pasó eso por no saber –ni querer- defender
otro tipo de sociedad, otro tipo de proyecto más allá de los derechos básicos y
de la democracia reconocida dentro de la ley.
Pero abrió una brecha y
generó un vacío en la ideología hegemónica. Las derechas y las izquierdas debieron
resituarse para llenar ese vacío y, de entre todas las lógicas quincemayistas, sólo una realmente
tambaleaba los cimientos del sistema: No
nos representan. Ni ellos ni nadie nos representan. La deslegitimación de
la representación política no ya por no tener oferta política adecuada, sino
por el cuestionamiento mismo de la representación.
La lógica del 15M decidió
desligarse en este sentido de su antecesora lucha antiglobalización y comenzar
a buscar respuestas en lo local, allí donde la representación no es necesaria
porque puede ser directa.
A un lustro de la primera
acampada, hay quienes dentro del sistema intentan representarla; quienes se
erigen en la voz quincemayista de la reforma
o de la ruptura intramuros.
Pero las heridas que no
taponó el propio sistema nos han de permitir continuar con la revuelta y
llevarla hasta más allá de la legalidad vigente. Lograr encontrar espacios de
asimilación de las luchas de los excluidos, recuperar a todas las clases dirigidas en un movimiento
verdaderamente emancipador que no dependa de una elección libre de oferta
política dentro de los márgenes.
Iniciar el camino de la
emancipación sólo se puede hacer arriesgando nuestro propio modo de vida. Éste
que se sustenta en la explotación del resto de la humanidad a nivel planetario.
El mismo que nos constituye en objeto de derechos que no siempre podemos
ejercer, y que nunca, nunca, serán suficientes.
Que el mundo siga su
curso, y nosotros sigamos el nuestro. Construyendo en paralelo, abandonando y
olvidando los corsés. Levantando la nueva realidad que nos haga más libres. Siempre
más allá del muro.
Foto: Marcello Vicidomini
Este artículo ha sido publicado, en castellano y catalán, en el blog de Cristianisme i Justícia
Comentarios
Lo fácil es simplificar, reducirlo todo al Soñadores de Bertolucci, o incluso a La chinoise.
Había un potencial que no acabó de llegar a tomar forma, pero no se puede despreciar.
Del mismo modo, una generación criada en la burbuja individualista y atomizada (en el trabajo eso se obserba totalmente, del fordismo que todavía sustentaba solidaridades aunque fuera de grupos, a la deslocalización, freelancismo, etc) participara y se politizara en una experiencia colectiva, aunque actuara en parte como placebo, no está tan mal.
Y el balance de realismo vs. utopismo, está mucho más equilibrada que en la generación de la transición, porque en el viejo debate entre reformistas y maximalistas, se está mucho más con los pies en la tierra.
No, a mi no me parecen los padres. No, el 15 m no es suficiente. Pero si necesario. Tal vez un nuevo 15 m, porque este está siendo objeto de reapropiaciones.
Tal vez los yippies, los angry young men, los locos outsiders de los 60s estaban más dispuestos a cambiar de paradigma en su propia praxis de vida. De acuerdo. Pero es una lucha muy de fondo, muy complicada porque estamos imbrincados y conectados con el sistema, y muchos se perdieron en ilusiones que se mostraron terribles (Familias Mason, Jim Jones, Brigadas Rojas, etc etc...)
Yo dudo. Pero no me desencanto del todo.