Esta
semana ha ido por barrios. Te puedes haber pasado toda la semana enfado como un
mono. O nervioso, como si tuvieras la ropa interior llena de hormigas. O puedes
haber pasado la semana sin pena ni gloria, desilusionado por todo. También
puede que hayas tenido una semana normal. Pero si vives en Catalunya esto sólo
te habrá podido pasar si no has visto las noticias. Porque esta semana
Catalunya ha estado en todos los debates, en todas las mesas, en todas los
telediarios. Porque era Catalunya lo que estaba detrás del señor de tupé que lo
tapaba todo, justo ahí, tras ese a quien llaman Artur Mas. El exPresident de la Generalitat. Ahora ya
te suena, ¿no?
En
política, o te haces la agenda o te la hacen. Durante esta semana y la
anterior, el establishment catalán ha
ido preparando la olla a presión en la que se querían cocinar a la CUP. Igual
que ya hicieron con ERC, chup-chup, y
se comen a la oposición. Así han sacado la
presidencia del Govern para Artur Mas
en 2012, y la consulta del 9N, y la lista de Junts pel Sí (JpS) para las elecciones del 27S. Y es por esta
cocina mediática, por lo que casi no se ha hablado de la declaración aprobada el
lunes por el Parlament. Cuando la gente pregunta por la independencia, JpS
señalaba a Artur Mas.
El
control de la conversación, del relato de lo que está pasando, resulta
fundamental para poder dirigir las acciones políticas a tu terreno. Catalunya
está viviendo en estos años su particular Transición, igual que España lo hizo
entre 1975 y 1982. Y por lo tanto, cada gesto político influye y marca lo que
en el futuro será la República Catalana. Coincido de pleno con Guillem
Martinez cuando habla de este paralelismo entre el momento fundacional de
la democracia transición española
y el largo camino hacia la independencia catalana. El procés está siendo a Catalunya, lo que la Transición es a España.
La diferencia entre un momento fundacional y el otro es que España no tuvo una
CUP que evitara que existiera un Suárez, una CUP capaz de evitar el atado y bien atado.
El tipo
del tocomocho de la Transición española fue el cambio en las formas para lograr
el mantenimiento de las estructuras de poder político y económico. Suarez, el
régimen, terminó por doblegar a la élite del Partido Comunista de España (PCE).
González, logró cambiar las resistencias izquierdistas del PSOE –“O socialismo,
o yo”, recuerden. Y Artur Mas ha logrado doblegar a ERC siempre que lo ha necesitado.
¿Cómo lograr, entonces, que Artur Mas no termine por cambiar las formas para
mantener el control político y económico? ¿Cómo hacer de esa futura República
Catalana un sistema democrático de mayor calidad del que tenemos ahora? ¿Cómo
hacer que el sistema político resultante no sea impuesto de arriba-abajo y sí
de abajo-arriba? ¿Cómo lograr, en definitiva, que Catalunya no sea una nueva España?
La
respuesta está clara, construyendo un contrapoder político al gran peso de JpS.
Haciendo que la Transición catalana no termine siendo como la Transición
española. Y eso sólo puede hacerlo la CUP.
Y se lo
ha propuesto serlo. En la Transición española el ruido de sables era lo que justificaba cada paso conservador hacia
ninguna parte. El miedo, entonces, atenazaba a gran parte de la sociedad. No tenía
que exigir muchos cambios, no se fuera a despertar el monstruo del manu militari. En la Transición catalana,
el ruido de sables se ha cambiado por
el no ens en sortirem (literalmente, “no
lo lograremos”, la temida pérdida de oportunidad), y el manu militari por el Gobierno de España. Se ha instalado el sentido común de que no se
puede discrepar en el independentismo, de que es necesaria la unidad en todo (sic) y de que se necesitan grandiosos
líderes que guíen con astucia al pueblo hacia su libertad. Porque hay que ser
habilidoso, dice el relato dominante del independentismo, y eso sólo se puede
hacer con alguien tan listo (sic bis)
como Artur Mas. Es igual que el único momento en el que Catalunya se jugó algo,
durante la convocatoria del referéndum del 9N original, resultó que el amado líder no tenía plan B –Y Junqueras
tampoco, por cierto.
Por
este motivo, por la unidad mainstream,
se tolera que se presione a la CUP hasta límites insospechados para lograr que
sus diez diputados voten la investidura del Suarez catalán. Se obvian hechos
contrastados, como que el 27S el independentismo creció por el lado de la CUP
–que dijo abiertamente que no votaría a Artur Mas- mucho más que por el de JpS.
Que el mismo CEO (el CIS catalán) del 12 de noviembre avise de que sólo la CUP
podría seguir creciendo. Artur Mas es contingente, sólo los catalanes y
catalanas son necesarios. Artur Mas, sobra en este procés como Adolfo Suárez sobraba en la Transición, si es que
estamos hablando de cambiar de régimen, no convertir el independentismo en el
franquismo por otros medios. Si lo que se quiere es sumar más ciudadanos a la
base independentista, y que el procés libere
a Catalunya, pero también a las catalanas y a los catalanes, es imprescindible que
liberarse del control de Artur Mas.
En esta
batalla está la CUP. ERC se rompió, la izquierda catalana –ICV, Podem...- se
diluyó y se enrocó en sí misma -¿dónde estás PSUC, que no te veo?-, cometiendo
un error histórico de considerable calado. Y si la CUP no se rompe es,
sencillamente, porque su lógica no es la de cualquier otro partido.
Sus
diputados obedecen las directrices que, en última instancia, provienen de
cientos de asambleas locales, donde la gente que participa de diversos
movimientos sociales y políticos, debate y vota los posicionamientos sobre cada
cuestión estratégica. Podrán encerrar a Baños, Gabriel o Busqueta en la
habitación en la que hacían llorar a Junqueras, pero ellos, en definitiva, no
tienen el botón de la investidura de Mas. Lo tiene el conjunto de la
organización, y está muy dispuesta a lograr que el procés sea el proyecto de todos y todas, no el juguete del hijo
político de Pujol.
Guillem
Martínez lo ha dicho bastantes veces: a lo que tiene miedo el sistema no es al
independentismo de Catalunya, sino al 15M. Tiene miedo de la apertura de los
procesos de participación a una base ciudadana grande, capaz de cambiar las
lógicas neoliberales del sistema. Y, en Catalunya, no hay partido que
represente mejor al 15M que la CUP. Ellos estaban allí en ese 2011, estaban
antes de ese mes de Mayo, y seguirán estando cuando esta Transición catalana
acabe –para bien o para mal-, porque su vida está en todas las plazas y ateneos
donde se debate sobre políticas de todo tipo, grandes y pequeñas. Donde se
tiene claro que la independencia tiene que servir sólo para una cosa: para
cambiarlo todo.
Los
procesos políticos jamás son lineales. No hay independencia en el mundo que
haya sido una línea recta. Pero sí que las hay que han sido independencias
frustradas, formales pero sin calado en el cambio de la sociedad. No existen
procesos políticos que sólo admitan subidones
y subidones. Las cosas suben y bajan.
Repetir elecciones, no es el fin del mundo. Acordar gobiernos dirigidos por
otras personas que no sean Artur Mas, tampoco. Por mucho que la prensa del
establishment imponga las condiciones del rescate del procés, lo importante es mantener la calma y apretar para que la
República Catalana cambie las estructuras políticas y de poder económico. Para
que no se convierta, sin que nos demos cuenta, en otra Monarquía Española
heredera de las Leyes del Movimiento.
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