Después del éxito en las
elecciones del 27S, la tranquilidad no ha llegado a casa de la CUP. La presión
del stablishment catalán para
intentar que sus diez diputados invistan a Artur Mas, ha sido combatida –con
acierto- con la tranquilidad mediática cupaire.
Pero esta apariencia de tranquilidad en realidad se traduce en una
actividad frenética en todos los ámbitos del partido. Ya sea en secretariados
varios, como en asambleas locales. La CUP, las
CUP, no están sólo preocupadas por una investidura y el Parlament catalán,
sino que el incremento de representación derivado de las municipales hace que
las fuerzas estén repartidas entre lo nacional y lo local. Un desgaste enorme
para una organización no profesionalizada.
En este contexto,
plantear el debate sobre si la CUP se debe presentar a las elecciones españolas
del 20D parece difícil. Primero porque la CUP nunca se ha planteado este salto
–no se siente interpelada-, segundo por el poco tiempo que queda para
formalizar la candidatura –hasta el 6 de noviembre en formato coalición, hasta
el 16 en solitario-, y tercero porque este ciclo electoral se está haciendo muy
largo. Sin embargo, en mi opinión, parece más necesario que nunca.
El 20D no sólo se juega
una partida en el ámbito estatal, sino que Catalunya tiene mucho que ganar y
que perder. De esas partidas, existe una que interpela directamente a la
CUP. El 20D iba a ser la tumba del
bipartidismo, la oportunidad de cambiar el régimen español del 78 y la victoria
del 15M. Ahora ya sabemos que no será así, sino que, en el mejor de los casos,
vivirán otro escenario de alternancia entre las fuerzas dominantes –del PP al
PSOE-, apoyadas por un tercer o cuarto partido –C’s o P’s. Sin embargo habrá
fuerzas políticas que sí que planteen este escenario como de ruptura, aunque
sólo sea discursivamente. Debemos tener en cuenta que, desde 2011, conviven dos
modelos de ruptura diferentes en Catalunya. Por un lado, el de la ruptura del
bipartidismo estatal. Por el otro, el de la ruptura catalana con el Estado
Español. Ambos son divergentes, tanto por la agenda política como por el
posicionamiento de las fuerzas políticas que los defienden. Participar del 20D
permite introducir un discurso importante que domina la CUP: que en estas
elecciones no sólo valga con “echar a Rajoy” –igual que en las catalanas no
sólo valía con “echar a Mas”-, sino que sean un paso adelante en la defensa del
proceso rupturista de Catalunya con España, en la creación de un Estado
independiente que esté al servicio de las clases populares.
¿Cómo se compatibiliza
presentarse a las elecciones españolas con la defensa del proceso de ruptura,
especialmente cuando hay sobre la mesa un proyecto de independencia en 18 meses?
Con argumentos tácticos. La realidad es que a partir del 20D el peligro de que
el pactismo vuelva a figurar en la agenda conservadora catalana está ahí. Hablamos
de un proceso de 18 meses para configurar un Estado catalán, pero en política
nunca nada es lineal. Hay fuerzas catalanas que pueden hacer que el Congreso de
Diputados juegue un papel importante en este proceso, y que la CUP no esté
presente les regala su voz. Más aún cuando se están forjando alianzas alrededor
de BEC que mantienen una retórica similar a la CUP, haciéndose dueños de la
“voz del pueblo” y la “unidad popular” del soberanismo, cuando en realidad no
son más que coaliciones de partidos que no se han posicionado firmemente por el
independentismo.
También está en juego el
liderazgo del discurso municipalista, en el que la CUP no sólo tiene un
protagonismo real en las instituciones, sino también en la construcción de este
espacio ideológico. Por todo el Estado se están organizando coaliciones
similares a BEC sobre la base del concepto de los ayuntamientos del cambio
–entre los que sí se cuentan con Badalona, pero no Berga, por nombrar dos
municipios gobernados por la CUP. Ahora que el conjunto de la población
prestará atención a la necesidad de construir un municipalismo fuerte que vaya
más allá de su ámbito territorial, la CUP no debería quedarse callada.
Presentarse al 20D no sólo es una cuestión de estrategia política –estar en
todas las trincheras donde se pueda defender la soberanía del pueblo catalán
para decidir su futuro nacional y social- sino de aprovechar el altavoz de una
campaña electoral para devolver el control del procés al pueblo y reivindicar
un municipalismo diferente, basado en la democracia participativa y el estilo cupaire. No participar en el debate
público que se realizará durante la campaña y dejar que el liderazgo del
discurso lo ejerzan BEC –por el lado municipalista- y CDC/ERC –por el lado
independentista- puede provocar la pérdida del espacio construido por la CUP y
dificultar los siguientes pasos hacia la República Catalana.
Pero tan importante como
presentarse es decidir qué hacer si, como apuntan las encuestas, finalmente la
CUP entrara en el Congreso de Diputados. Hay una propuesta en el ambiente cupaire que plantea no recoger el acta
de diputado, igual que hicieran en su día los diputados electos de HB. Esta
postura asume que en el Congreso la CUP no tiene nada que hacer. Y se añade que
los años de presencia de la izquierda abertzale
en esa cámara no han servido para avanzar en la independencia de Euskal Herria.
Para este sector, el único objetivo que puede tener la CUP para presentarse a
las elecciones del 20D consiste en denunciar la incapacidad del Congreso para
decidir por el pueblo de Catalunya, participar del debate electoral y evitar
que los escaños que podría ganar la CUP vayan a favor de CDC, ERC y,
especialmente, Ciudadanos.
No creo que quienes
defiendan esta posición haya valorado el impulso que la presencia de un, dos o
tres diputadas de la CUP puedan tener para el proceso soberanista. Denunciar
las maniobras del Estado, de la izquierda reformista españolista, y de
cualquier otro actor, para evitar que el pueblo de Catalunya ejerza su
soberanía, y hacerlo desde el Congreso, tiene un impacto simbólico y una fuerza
política sólo comparable a los discursos de Leopold Senghor, el poeta que fuera
primer presidente del Senegal libre, en la Asamblea Nacional francesa, llamando
racistas a todos unos señores diputados y a un sistema colonial francés que
pretendía reformar levemente la estructura para evitar las independencias
africanas.
La presencia de diputadas
de la CUP en el Congreso permitiría, además, poder visibilizar la realidad de
los Països Catalans. El Congreso sería el altavoz de esta realidad, ayudando a
extender la necesidad de reconocimiento de este espacio político diferenciado
entre el pueblo valencià y balear.
Tener diputadas en Madrid
también tiene un sentido estratégico para la lucha internacionalista en la que
está inmiscuida la CUP. Todas aquellas luchas de los pueblos oprimidos por el
Estado Español –pienso en el SAT, en Izquierda Castellana y otros- que, por
motivos electorales, no tienen capacidad para acceder al Congreso, podrían
verse representadas por las diputadas cupaires.
La CUP debería ceder su voz, ajustar en todo momento su discurso, en la defensa
de los derechos de estos pueblos en el momento en que se tratara cualquier
legislación que les afectara. No es tanto hablar por ellos, como llevar el
trabajo internacionalista a un nuevo nivel, en el que ellos hablaran por medio
de la diputada de la CUP.
Es evidente que en todo
este debate se mezclan diversas estrategias y diversos posicionamientos sobre
algo tan necesario en la política como imprescindible en la CUP: la coherencia.
Antonio Baños, preguntado por un periodista, afirmó durante la campaña que la
CUP no tenía nada que hacer en esa cámara española. La misma argumentación que
se tenía antes de 2012, donde el Parlament era considerado una institución
española, creada y controlada por la Constitución de un Estado que no es el
propio. Y, sin embargo, ahí está la CUP. Siendo decisiva no sólo para la
formación de un gobierno autonómico, sino para su transformación en el último gobierno autonómico.
También resulta evidente
el riesgo de participar en una campaña sin capacidad económica suficiente, con
una parte de la militancia desmotivada –la que puede no sentirse interpelada
por estas elecciones- y agotada -es quien lleva el peso de las campañas por
tratarse de una estructura política no profesionalizada-, en la que los
resultados electorales serán, en todo caso, peores que en el pasado 27S. Pero
también convendría aclarar que el motor es la gente, que el camino continúa
siendo el mismo, y que conviene estar en todas partes para evitar que, en un
momento decisivo como éste, alguien se pueda vender los recambios que le hace
falta a la CUP para ir tan lejos como se han propuesto.
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