Cartel que colgamos en la Facultad y que hacía referencia al PP, al PSOE, IU y Los Verdes en las municipales y autonómicas de 2003. |
Ahora
que están de moda, que los chicos y chicas de Podemos salen en todas las
cadenas de televisión y de radio, aparecen muchos relatos de coetáneos míos que
también circularon por la casa. Así
la llamaba la Decana Rosario Otegui, cuando llegué a la Facultad de Ciencias
Políticas de la Complutense en el verano del 98.
El
relato que se está generalizando de aquella Facultad es el de un centro tomado
por el boliviarismo más personalista. Ahora resulta que todos los que por allí
pasamos o fuimos bolivarianos o unos reprimidos liberales que buscábamos gestos de complicidad liberal entre nuestros contemporáneos. Una realidad harta diferente
de la que viví yo.
No es
nuevo este tipo de ataques a la Facultad. Por entonces había una tradición que
se cumplía un fin de semana de Noviembre de cada año: el ABC, El Mundo y El
País publicaban reportajes simultáneos sobre la Facultad. El mismo día, sin
falta, cada año. Era como la “Generación Encontrada” de estos días, pero sin
acaparar la portada. Cada periódico giraba el artículo hacia su propia
ideología –aún quedaba ideología en los periódicos. Famosa se hizo la expresión
del ABC sobre estudiantes con el pelo verde. Siempre la estética.
Porque
muchos de los relatos que ahora se publican destacan la primera mala impresión
de la Facultad provocada por las pintadas anarcosindicalistas o proetarras. Recuerdo
que la primera impresión que tuve yo fue más positiva. La Facultad tenía
pintadas antisistema, e incluso a favor del terrorismo, pero también tenía
murales a favor de la libertad sexual, en solidaridad con pueblos como el
palestino o infinidad de carteles de diversas actividades colgados sobre las
paredes. Para mí era símbolo, y después realidad, de una Facultad viva. Podías
estar o no de acuerdo con la pintada, pero lo que quedaba claro es que el ambiente
semicontrolado del Instituto ya se había acabado. Hay quienes lo llevaron
mejor, y quienes lo llevaron peor. Por ejemplo, había muchos compañeros y
compañeras mías que se iban a tomar el sol en lugar de ir a clase. Decidían
gestionar su libertad de aquella manera. Y no por preferir una clase a unas cervezas bajo el sol me consideraba
ni mejor estudiante ni mejor persona. Los complejos se quedaron en el Instituto, y la gestión de su libertad que hacían los demás no era asunto mío. Yo, por ejemplo, prefería no ir a clase y dedicar esa hora y media a colgar carteles sobre una nueva actividad en la Facultad.
Pero
las peores críticas a la Facultad se las llevan tanto las clases como el
ambiente estudiantil, cosa esta última que me enerva. Se define a ambos como
opresivo. En concreto, en referencia a las clases se utiliza la expresión adoctronamiento, acogido a la libertad
de cátedra que tiene el profesor universitario. Permitidme que os diga que esto
es rotundamente falso. Cada profesor o profesora daba su visión de la
asignatura, que en ciencias sociales suele estar condicionada por sus
posicionamientos teóricos. Siempre hay profesores que suelen mantener su
ideología fuera del aula, y hay quienes se salen con la suya mejor que otros,
pero es una tarea realmente difícil si, como allí ocurría, los estudiantes lo
discuten todo.
Durante
el segundo ciclo de la Licenciatura coincidí con un compañero que venía de la
carrera de periodismo. Estaba entusiasmado porque, decía, comparaba las clases
de una y otra Facultad y el nivel y capacidad de debate que había en Políticas
le parecía genial. Por el contrario, en sus clases sobre periodismo nadie
discutía nada, decía. Aquí podíamos perder
una clase de hora y media comentando el ascenso del Front National de Le Pen padre y relacionándolo con los diferentes
modelos migratorios aplicados por Francia, Alemania o Inglaterra. Allí se
tomaban apuntes.
En el debate de las aulas se utilizaban los conocimientos adquiridos y se aprendía del compañero. Se acusa al profesorado de la Facultad de aprobar o suspender en función de la
ideología del estudiante. Jamás viví un caso parecido. Ni lo conocí. De hecho,
aun siendo fácilmente identificable como un estudiante cuanto menos no liberal,
una de las profesoras que más buscó mi participación en clase tenía una
explícita posición conservadora, tanto política como formativamente hablando. Y
muchos con los que tuve encarnizadas batallas dialécticas eran militantes de
izquierdas. Algunos, incluso, fueron después senadores y venían de ser secretarios personales de Carrillo.
Ni
todos sus profesores son de izquierda bolivariana, ni los profesores de
derechas están reprimidos. Imaginad, es una Facultad capaz de dar a Pablo
Iglesias y a Fernando Valdés Dal-Re, magistrado del Tribunal Constitucional
desde 2012 que, según se dice, redactó la reforma laboral de ZP. Es capaz de
tener a tertulianos como Monedero, y a otros como Amando de Miguel, el cual,
por cierto, salía en todas las tertulias de aquellos días, ya que vivíamos en la
mayoría absoluta de Aznar.
Sí,
porque aunque se tache al ambiente estudiantil de la Facultad como opresor,
había cientos de votantes de un PP en auge, tanto entre el profesorado como
entre los estudiantes. Gente que leía el ABC y mucha más gente que leíamos El
Mundo o El País porque lo regalaban en la entrada.
Que
digan que el ambiente estudiantil era opresivo y poco crítico, decía antes, me
enerva. Y lo hace porque dediqué cuatro años de trabajo a una asociación
estudiantil que formé junto con otros dos aspirantes a politólogos, Rubén y
Enrique. Entre los tres nos dedicamos a organizar conferencias, recogidas de
firmas y dinamizar cada día la Facultad. Y entre los tres nos peleábamos mucho
por intentar abordar la realidad desde una perspectiva crítica. Hicimos
conferencias con miembros de CiU o BNG. Invitamos a parlamentarios del PNV y de
ERC. Trajimos a los embajadores sirio, iraquí y palestino. Buscamos respuestas
antimilitaristas. Pedimos el punto de vista de los reporteros de guerra. Sacamos
del juzgado a un embajador español denunciado por el Gobierno de Aznar por
oponerse a la guerra para que nos diera su visión de los hechos. Y discutimos.
Discutimos y discutimos con todos los que querían venir a las charlas, los
cine-fórum o las presentaciones que organizábamos, o pasarse por nuestro despacho. Y no era fácil hacerlo. Porque
aquellos días eran los de máxima represión de la aznaridad. Y allí sin embargo
organizamos un análisis de las elecciones vascas, con ponentes con
guardaespaldas.
Y claro
que había consensos invisibles contra los que un estudiante solo no podía
luchar. A mí, por ejemplo, se me acusaba de asesino por no querer salir a
compartir el minuto de silencio que cada día que había un atentado se debía
dedicar.
Siempre
respeté las huelgas estudiantiles, pero jamás dejé de ir a la Facultad en día
de huelga. Poca gente en los pasillos significaba un día tranquilo a la hora de
colgar carteles para la conferencia siguiente. Y nunca nadie me impidió el
acceso.
Claro
que tengo quejas sobre la Facultad. Especialmente a la vista de los años
pasados, y de la madurez adquirida. Ya en su día me quejaba de la falta de
dedicación a la investigación que tenían, en general, los profesores de ese
centro. Y aún más del poco impacto de esa investigación en las clases que
daban. Ahora con el tiempo veo una desconexión importante entre la práctica de
la Ciencia Política en diferentes ámbitos y el enfoque de la formación que me
ofrecían. Siempre hubo honrosas excepciones, pero por lo general el profesorado
no estaba presente en la realidad social y, por tanto, se le hacía difícil
presentar la practicidad de lo allí explicado.
También
existía una carencia de aproximarse a otros temas. Los movimientos políticos de
finales del siglo XX eran omitidos en todas las clases. Y para mí fue
impactante descubrir, justo el mes que me acababa de licenciar, que había dos señores,
llamados Chabal y Daloz, que habían escrito un libro donde explicaban que todo
lo que había aprendido no servía de nada si quería entender África
Subsahariana.
No
defenderé a Podemos ni al equipo salido de la Facultad de Ciencias Políticas. No
lo hago porque no es mi opción política y porque sólo hay dos cosas que las
personas no queremos saber cómo se hacen: las salchichas y el populismo. Pero
atacar una Facultad heterogénea, en ocasiones maravillosa, en ocasiones
insoportable, porque de allí vengan unos líderes políticos que, nos guste o no,
están a punto de cambiar la historia de este país, es tirarnos piedras contra nosotros mismos.
El pasado es un mundo al que podemos volver para crear un relato diferente que nos justifique el día de hoy. Que nos ayude a sobrellevar aquello que no nos gusta. Pero debemos saber que ese relato es sólo eso, nuestra justificación, porque la realidad que vivimos en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense fue mucho más compleja que la que hoy muchos gustan de recordar.
Comentarios
No recuerdo, y eso que gran parte la vivimos codo con codo (a codazos también), la Facultad que describes, aunque en lo esencial, como siempre, estamos de acuerdo. Ya sabes que los buenos politólogos discuten sobre algo en lo que están de acuerdo... tienes más fotos de nuestros carteles? Tengo una entrada a medio terminar sobre la Facultad e igual me animo a terminarla.